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viernes, 11 de julio de 2008

"...un solo hombre contiene en sí mismo a cien hombres posibles. ¿Es bondadoso? ¿Es malvado? Ambas cosas. Se puede ser a la vez tierno y cruel, razonable y violento, capaz de sabiduría y de locura. Depende de las circunstancias, de las lecturas, de los consejeros, de los compañeros.
Pensad, por ejemplo, en Chateaubriand. Tenía en su interior un hombre religioso, creyente, muy vinculado al cristianismo por sus recuerdos de infancia y de adolescencia; pero también a un hombre listo para sucumbir a todas las tentaciones que condena el cristianismo, un orgulloso, un libertino. ¿Cuál de estos personajes era Chateaubriand? Ninguno, si lo separáis de los demás. Chateaubriand era una suma.
Pensad en Napoleón. ¿Qué jefe de estado tuvo nunca mayor ambición? ¿Qué conquistador se mostró más insaciable? Y sin embargo, cuando reflexionaba sobre sí mismo y sobre su destino, ¡qué moderación! Casi podríamos decir: ¡qué modestia! En Santa Helena se encontró, una vez quitada la máscara del emperador, con un alma de subteniente, de estudiante cuyo sueño habría sido el ir a vivir a París con treinta monedas por día y de aplaudir a Talma interpretando a Corneille.
¿Quién era el verdadero Napoleón?
Todos. Y cada uno de ellos había sido sincero, incluso a sus propios ojos. Interpretamos personajes tanto para nosotros como para los demás. Al pasar bajo los proyectores de los sentimientos y de las edades, tomamos los diferentes colores al igual que esa bailarina cuyo vestido es blanco pero que parece, según la iluminación, en un momento rosa, en otro amarillo, en otro azul. Vuestro yo joven se ríe hoy de las pasiones que serán las suyas mañana cuando atraviese el proyector de la vejez …"

André Maurois (1885-1967)

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